La infancia es una etapa de grandes aprendizajes…Es la fase de nuestra vida que más condiciona nuestro carácter y en la que se sientan las bases de nuestra personalidad.
Las experiencias que vivimos de niñ@s, cuando nuestro cerebro es aun un lienzo en blanco, fomentan en nosotros ciertos valores, forjan nuestras creencias, tanto potenciadoras como limitantes, desarrollan nuestros hábitos y comportamientos así como la mayoría de las capacidades y habilidades que utilizamos de adultos.
Como parte de estas experiencias, tod@s hemos vivido situaciones en las que nos hemos sentido heridos, ya fuera física o psicológicamente.
Esas heridas, sufridas durante la infancia, quedan, en su mayoría, sin curar. Las que no siguen abiertas se acaban cerrando mal dejando una dolorosa y fea cicatriz, provocando en nosotros sentimientos de:
- Rabia, que trata de defendernos aquello que no pudimos evitar cuando éramos pequeños y que solemos canalizar en dos sentidos: Hacia fuera, hacia terceros, a los que solemos ver como responsables de nuestros problemas, o hacia dentro, hacia nosotros mismos. Esta última, más difícil de ver, puede derivar en enfermedades, fruto de la autocrítica, juicio, exigencia o perfeccionismo extremos, del autocastigo o de un intento de atraer la atención que no recibimos de pequeños;
- Culpa e incapacidad, por no haberlo hecho de otro modo para evitar haber sido heridos, abandonados, agredidos o no amados; y
- Tristeza o vacio, que solemos intentar llenar ya sea con trabajo, deportes extremos, cosas materiales u otras adicciones.
- Miedo, que intenta protegernos bloqueándonos e impidiéndonos avanzar para evitar que volvamos a vivir una situación similar.
Tod@s hemos tenido estos sentimientos en alguna ocasión. De lo que lo que no todo el mundo es consciente es que gran parte de estas heridas, se quedan en el inconsciente…condicionando a diario nuestras acciones y reacciones…Si las éstas son grandes, nuestras emociones pueden acabar condicionando, entre otras cosas, nuestras relaciones de pareja y familiares y, nuestra maternidad y paternidad.
Solo nosotr@s podemos sanar y cubrir las necesidades que no fueron atendidas, de pequeños…y acabar curando esas heridas. Para ello hemos de estar dispuest@s a reabrirlas y a limpiarlas, aunque ello pueda provocar en nosotr@s algún malestar….pero sin duda la recompensa es enorme y maravillosa…
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